Primer viaje sin mamá: cómo mantenernos cerca incluso en la distancia

El camino hacia el primer viaje sin mamá empezó mucho antes

Mi hijo asistió dos años a un espacio de juego. Fue el primer lugar donde “logró quedarse solo” después de un proceso largo —cuatro o cinco meses— en el que buscábamos, día a día, la manera de mantenernos cerca en la distancia. Ese camino, que años más tarde nos prepararía para su primer viaje sin mamá, comenzó allí: cuando él empezaba a explorar un mundo propio mientras yo aprendía a soltar de a poco. Su maestro fue clave: puso el foco en el vínculo con mi hijo, lo recibía con amor y calidez cada día, lo guiaba en sus interacciones con otros niños y también nos acompañaba a nosotros, sus mapadres, con observaciones, devoluciones y preguntas que nos hacían pensar.

El proceso fue lento, pero los pasos fueron firmes. Yo fui ganando seguridad y confianza en esas personas con las que iba a dejar a mi hijo, a medida que los días pasaban con una pata afuera y una pata adentro. Aproveché ese tiempo en el espacio para volver a una actividad que había dejado al ser mamá: el bordado “libre”. Bordar sin patrón ni diseño previo, casi en estado de meditación: aguja entra, aguja sale, y el dibujo aparece solo, sin pensar demasiado.

Me prometí que, al terminar ese bordado, daría fin a mi instancia en el espacio. Sí, me puse ese límite —externo, casi arbitrario— porque en ese momento no sabía bien cómo asumir la responsabilidad que me correspondía. Necesitaba aferrarme a algo concreto para tomar una decisión que me costaba ver con claridad.

Lo que aprendimos antes de su primer viaje sin mamá

De “mi hijo no se adapta al jardín” a “cómo mantenernos cerca en la distancia

Antes de llegar a ese lugar, habíamos pasado por otras experiencias que no habían funcionado tan bien: breves, fugaces, y todas habían tocado un punto sensible en mí, algo de mi propia historia que se activaba sin que yo lo buscara. Los profesionales no supieron acompañarme en esa dimensión, y yo tampoco supe pedir lo que necesitaba para poder atravesarlo.

Con el tiempo pude ver que también nos —o más bien me— faltó paciencia, perseverancia y, sobre todo, decisión y firmeza, seguridad en nuestro rol como mapadres. Mover la mirada del “mi hijo no se adapta al jardín” hacia preguntas más verdaderas y más potentes:
“¿Cómo fortalezco el vínculo para ayudarlo a mantenernos cerca en la distancia?”
“¿Cómo lo acompaño a construir un vínculo confiable con su maestro o maestra?”

Ese cambio de mirada fue, en sí mismo, un salto de crecimiento para todos.

Con el tiempo entendí algo fundamental: estaba delegando en mi hijo una decisión que nos correspondía a nosotros. Buscaba su conformidad antes de decidir, esperando su aprobación, como si su bienestar dependiera exclusivamente de que no sintiera malestar.

Pero no funciona así. Los adultos lo sabemos: podemos estar bien incluso cuando no obtenemos lo que queremos. Podemos continuar con la vida aunque pasen cosas que no deseamos. Podemos celebrar incluso en días difíciles.

Para los niños y niñas es igual. Habrá momentos desagradables, inevitables. Y es importante que nos mantengamos firmes y seguros para acompañarlos; que no sumemos nuestra alarma a la suya; que podamos registrar nuestras emociones para que no nos desborden ni los inunden a ellos.

Guiarlos en la tormenta no implica tapar lo que sentimos ni fingir certezas absolutas. Implica integrar lo contradictorio:
“Sé que a mi hijo/a no le va a gustar, pero esto es necesario para nuestro equilibrio y bienestar familiar.”
Sostener esa paradoja con suavidad y firmeza es parte del rol adulto.


La semilla de un nuevo comienzo y un crecimiento mayor

Si bien con el tiempo ese primer espacio dejó de funcionar para nosotros como familia y nos despertó otras alarmas, fue la primera vez que mi hijo pudo habitar un espacio diferente a su casa: cada día un poco más lejos de mí, y cada día un poco más cerca de su maestro y de sus pares. Esa experiencia fue la semilla de algo mayor.

Este año, al comenzar su adaptación en un jardín, noté las huellas de aquel proceso. La dinámica fue similar, pero ahora había un marco institucional muy claro: rutinas, ritmos y organización que en el otro espacio —por ser nuevo y por su propuesta pedagógica— todavía no existían. Esa claridad nos dio firmeza. Yo pude ver mucho más rápido que mi hijo necesitaba justamente eso.

Además, esta vez su papá estuvo muy presente. Puso cuerpo y tiempo para ayudarme a construir un gesto más seguro. Y como en una carrera de relevos, logramos en pocas semanas lo que antes nos había llevado meses.

Mi hijo protestó, renegó, lloró más que nunca. Pero nosotros avanzamos con paso firme y amoroso: empatizando con su frustración, nombrándola y explicándole que esto era importante para todos, y que sabíamos que iba a estar bien.

Además de afinar nuestro gesto como adultos, recurrí a otros recursos: rituales, cuentos, amuletos, cartas de angelitos con intenciones, mensajes de amor y fotos familiares que llevaba con él en una pequeña “carterita de tesoros” que le cosí y bordé especialmente. Herramientas simbólicas que le permitieran mantenerse cerca en la distancia.
Esos elementos mágicos y lúdicos lo ayudaron a apropiarse de su proceso. Y cuando sintió nuestra firmeza —cuando realmente registró nuestra confianza— sus barreras cedieron. Se entregó sin dudar a los brazos de su maestra y, poco a poco, al juego y a sus pares.

Nueve meses más tarde, familias y maestras comentan su brillo. Su salto madurativo es imposible de ignorar.
Mi hijo creció enormemente. Su “yo” se afianzó más. Hoy puede elegir con quién jugar, navegar entre distintos ritmos, disfrutar la diversidad de experiencias que le ofrecen los demás niños. Puede integrarse al grupo sin perderse a sí mismo.

Y esto no es mérito solo de la institución, ni de sus maestras, ni exclusivamente nuestro —aunque sostuvimos el proceso día a día, incluso en esos días en que ir al jardín parecía ser lo último que él quería.
Esto es mérito de la naturaleza. Los niños crecen y maduran cuando las condiciones son fértiles. No necesitan que los empujemos ni los apuremos; necesitan que preparemos y nutramos el suelo y que los cuidemos sin obstaculizar esos procesos naturales.


El primer viaje sin mamá: cuando la distancia se vuelve posibilidad

Hoy mi hijo —ese que en los cumpleaños se aferraba a mí como una pequeña garrapata, que necesitaba que me quedara a su lado sin moverme ni un centímetro— me dice:
“Mamá, quedate acá sentada, yo voy solo.”
Y con una mezcla de coraje y determinación que me desarma, se integra al grupo, busca a sus pares y se entrega al juego.

Hoy mi hijo —ese que no podía dormir una sola noche separado de mí— duerme la mitad de la semana conmigo y la otra mitad con su papá, dándonos un fuerte abrazo y subiéndose rápidamente al auto en cada despedida y en cada reencuentro. Ya no lo vive como pérdida, sino como posibilidad.

Hoy puede decirme que me extraña, que me ama, y compartirme sus travesuras y fantasías más disparatadas.
Puede hacerlo porque ya no teme a la distancia: sabe que el vínculo nos sostiene, estemos donde estemos.

Y hoy, justamente hoy, mi hijo está volviendo de su primer viaje con su papá.
Y yo estoy acá, en casa, escribiendo estas reflexiones.
Esperando abrazarlo, decirle que lo amo infinitamente, y recordando algo esencial:
que incluso en la distancia seguimos profundamente conectados.

Para acompañarte en tu propio proceso

Cada familia atraviesa estas transiciones a su manera. A veces necesitamos sostén, un mapa, o simplemente un espacio donde pensar-nos como adultos que crían, mientras nuestros hijos e hijas crecen, se expanden y encuentran su propio ritmo.

Si estás transitando un proceso similar y sentís que te vendría bien acompañamiento, en crEO ofrezco dos propuestas pensadas para mapadres que buscan herramientas reales, sensibles y practicables:

🧡 Taller online “Límites para crecer”

Un espacio en vivo para comprender qué necesitan los niños cuando ponen a prueba los límites, cómo acompañarlos sin endurecerse ni perder la firmeza, y cómo construir un marco amoroso que ordene y dé seguridad.
Ideal para quienes sienten que están repitiendo patrones, que las rutinas se desbordan o que la convivencia se vuelve desafiante.


💛 Consultas individuales personalizadas

Encuentros uno a uno para mapadres que necesitan mirar su caso particular:

  • dificultades en la adaptación o separación,
  • berrinches o frustración,
  • tensiones en los límites,
  • dudas sobre autonomía, sueño, vínculo o ritmo familiar.

Son espacios íntimos, cuidados, donde trabajamos sobre tu realidad concreta, tus sensaciones y lo que tu hijo/a está mostrando.

👉 Podés agendar una entrevista virtual sin costo para ver si este acompañamiento es lo que necesitás.

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *