El porteo fue esencial en la construcción del vínculo con mi hijo y a su vez me dio mucha libertad. Me permitió tenerlo pegadito a mí cuando él lo necesitaba, sin privarme de hacer las cosas que yo necesitaba y/o quería hacer.
Además garantizaba las siestas, calmaba los más grandes malestares y nos permitió embarcarnos en viajes y aventuras que sin él hubieran sido imposibles.
Un fular con historia
Desde el primer -y único- curso de porteo al que fuimos con el papá de mi hijo nos decidimos a comprar un fular elástico. Queríamos que nuestro bebé recién nacido tuviera todo el soporte que necesitaba y los fulares prearmados nos generaban desconfianza en ese sentido. Empecé a investigar y la marca BOBA apareció como la más recomendada. No se conseguía en Argentina y logré que me lo trajeran de Chile.
Lo usamos desde los primeros días hasta que nuestro hijo se sentó y lo cambiamos por una mochila de la misma marca que recirculamos hace tiempo. Durante esos primeros 6 meses nos acompañó en innumerables paseos y siestas dentro y fuera de la casa. Supo ser nido, cueva, colchoncito, manta, hamaca, etc.


Nuestra segunda piel: el fular elástico
Quien me visitó o vio en los primeros 6 meses de vida de mi hijo presenció la peculiar danza que realizaba al ponerme y sacarme el fular elástico de 5 metros de largo para asegurar un buen anudado y por lo tanto, buen sostén (mido 1,57 por cierto).
Saben también que este fular fue una extensión de mi misma, una segunda piel para mí y mi bebé. Este fular nos abrigó, nos hamacó, nos cobijó.
Me dio una libertad y confianza que no hubiera podido tener sin él. Mi hijo odió desde el minuto UNO el cochecito (que hoy ama) y el huevito del auto (sí, puede pasar).
Recuerdo poder salir a caminar con él a los seis días con la tranquilidad de sentirlo protegido y cómodo frente a la complejidad de un afuera que para un bebé tan chiquito y una mamá primeriza puede resultar muy desafiante.
Recuerdo también cuando un ratito después de ayudarle a ponerse el fular a la primera niñera de Tilo, él logró dormirse con ella, después de haber intentado varias veces dormirlo en sus brazos.
Sin ninguna duda, les recomiendo a todos los futuros mapadres y cuidadores (tíos, abuelos) animarse a la danza mágica del porteo.



No dejes de probar el amoroso arte de portear
Si bien cambiar de fular a mochila nos terminó ahorrando mucho tiempo, nunca dejé de extrañar el ritual de ponerme y sacarme el fular, y la hermosa sensación una vez puesto. Sé que algunos por fiaca o temor le huyen a ese mismo ritual. Yo los aliento. La sensación es única, tanto para el adulto como para el bebé. Creo que con un poco de paciencia y la guía adecuada se puede aprender.
Las primeras semanas fui yo quien le ponía y sacaba el fular al papá de mi hijo. Él intentaba hacerlo solo pero mis consejos lo mareaban. Un día encontró un video fabuloso de @paternando.ok explicando el paso a paso. Lo vio una o dos veces y nunca más necesitó mi ayuda.


