Un descubrimiento que no es casualidad
Cuando comencé con crEO, soñaba con crear un espacio para acompañar a mapadres y bebés en sus primeros pasos de vida compartida. Pensaba en la importancia del movimiento y el juego libre, de la observación consciente y del vínculo como refugio. Con el tiempo, mirando hacia atrás, me di cuenta de algo que me sorprendió: la mayoría de las familias que se acercan a crEO son familias migrantes en Buenos Aires.
No fue algo que busqué de manera consciente. Sencillamente ocurrió. Y como suele pasar en la crianza (y en la vida), me encontré preguntándome: ¿por qué será?

La experiencia de criar lejos de casa: familias migrantes en Buenos Aires
En la mayoría de los casos, los bebés que llegan a crEO nacieron acá, en Argentina. Sus familias se mudaron previamente por distintos motivos: estudios, profesión, oportunidades laborales o porque formaron pareja con alguien del país de destino. Y en ese nuevo territorio, llegó también la decisión de tener un hijo/a.
Lo que escucho una y otra vez en las charlas con los mapadres es una sensación común: la falta de tribu. No están los abuelos/as para sostener, ni las tías/os para acompañar, ni las amigas/os de toda la vida para escuchar.
Y tampoco están esas rutinas y rituales que se construyen en la intersección de cultura y familia: esas partituras de acciones en las que una madre o un padre puede apoyarse y descansar, sin tener que inventar todo de nuevo justo cuando toda la energía está puesta en cuidar una vida que empieza.
Así, el mapa de apoyos se va borrando y el aislamiento puede volverse una sombra.
En ese escenario, crEO aparece como un faro: un lugar donde la luz del encuentro disipa la soledad y donde, poco a poco, se tejen lazos y comunidad.

Criar inaugura un nuevo tiempo
Criar inaugura un nuevo tiempo
Muchas familias llevan diez años o más en Buenos Aires, o en otras ciudades de Argentina. Sin embargo, el nacimiento de un hijo inaugura una época distinta. Los lugares, los vínculos y las rutinas construidas en esta tierra… ya no siempre son compatibles con las necesidades y ritmos propios que supone la crianza.
A veces, incluso, la forma en que concebimos y vivimos la crianza nos distancia de los lazos que habíamos tejido y de los vínculos conquistados. Convertirse en madre o padre puede empujarnos a buscar nuevas miradas, personas que se animen a mirar con otros ojos, a acompañar de una manera distinta.
No todas las familias se permiten esa transformación profunda a la que nos invita la maternidad y la paternidad. En crEO, esa experiencia se abraza sin prisa: se nombra, se honra y, poco a poco, se transforma en fuerza creadora.
Una biografía atravesada por el movimiento
Al reflexionar sobre este fenómeno, me di cuenta de que tal vez no sea casualidad. Mi propia historia está profundamente marcada por la migración, los cruces culturales y la construcción de comunidad estando en movimiento.
Recuerdo a mi mamá contando la duda que la desvelaba: ¿colegio inglés o francés? Su corazón se inclinaba por el francés, lengua y cultura que amaba, pero su intuición le decía que el inglés sería esencial en el futuro. Eligió el inglés, y con esa decisión me entregó una llave que, sin saberlo, me permitiría habitar distintos mundos a la vez.
Provengo de una familia 99,9% italiana, mis raíces se hunden en aquella migración italiana que llegó a la Argentina en el pasaje entre dos siglos, cargada de nostalgia y de esperanzas. Desde entonces la migración quedó inscripta en mi historia familiar. Hoy mi familia nuclear está desperdigada por el mundo: mi hermano vive en Panamá, mi hermana gira por Europa, mis primos también se distribuyen en distintos países, y mi papá emigró hace veinte años a España y luego a Chile.
Yo misma he vivido en otros lugares y viajado por trabajo. El cine me llevó a cruzar fronteras. De un viaje a México nació un cortometraje silente (sin diálogos) hecho de tela —Nuestra arma es nuestra lengua— que pudo ser entendido en cualquier idioma y circuló por más de 150 festivales internacionales. Con él recorrí Latinoamérica y Europa, acompañándolo como productora y directora de arte y animación.
De regreso en Argentina, la experiencia continuó: me convocaron para armar una plataforma de cortometrajes latinoamericanos y seguí tendiendo puentes, esta vez entre directores y públicos de toda la región.
Tal vez por eso no me sorprende del todo que crEO convoque a quienes llegan desde lejos: hay una sintonía, una comprensión que nace de la experiencia compartida.


Viajes, cine y lenguajes universales
El cine es un lenguaje universal capaz de atravesar fronteras: nos traslada a territorios lejanos, nos muestra otras realidades, nos mueve internamente y nos impulsa a salir del lugar conocido.
En ese sentido, el cine y la migración se parecen: ambos nos mueven, nos abren y nos invitan a reinventarnos.


El juego como lenguaje común
Hoy, al acompañar a familias migrantes en crEO, descubro otro lenguaje universal: el juego.
Así como el cine puede conectar a personas de distintas culturas sin necesidad de subtítulos, el juego libre une a bebés de diferentes países en un mismo espacio.
Hay algo profundamente en verlos compartir el mismo espacio. Un bebé que rueda, otro que explora, una mirada que se cruza… no importa el idioma, la cultura o la nacionalidad: en el gesto y en la risa aparece un lenguaje común. Y en ese encuentro, se abre también la posibilidad de comunidad.
Los adultos también respiran: saben que no están solos, que hay otros viviendo procesos similares, que se puede criar en red aunque la familia biológica esté lejos.
crEO como hogar simbólico de familias migrantes en Buenos Aires
Hoy entiendo que crEO no es solo un espacio de crianza y juego libre. Es también un hogar simbólico para familias migrantes que están tejiendo una vida nueva en Buenos Aires.
Cada encuentro me recuerda que la crianza necesita comunidad, que criar en soledad pesa demasiado, y que la migración puede ser menos dura cuando hay un lugar donde compartir el viaje.




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